Los acontecimientos de los últimos meses han sido impresionantes. La pandemia mundial de coronavirus ha infectado, en el momento de redactar este artículo, a 16 millones de personas en todo el mundo con más de 630.000 muertes como concecuencia de esto. Muchos gobiernos tomaron medidas de cuarentena que han tenido impacto directo y adverso en la economía mundial y, específicamente, el nivel de vida de la clase trabajadora se ha visto muy afectado, entre otras cosas por aumentos masivos del desempleo, el peor de los cuales está por venir. Y luego, el grotesco y descarado asesinato de George Floyd en Minnesota enardeció a todo el país y provocó extraordinarios enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas locales, estatales y federales. Aunque estos últimos eventos son importantes dentro del contexto estadounidense, las protestas han surgido en todo el mundo y, a diferencia de muchos otros asesinatos policiales a lo largo de los años, no sólo llevaron a acciones de solidaridad sino también en contra de los vínculos explícitos con el trato dispensado a distintos grupos étnicos por colonialistas y explotadores locales, pasados y presentes
Estas protestas recientes no han surgido de la nada. Una serie de erupciones sociales han estado ocurriendo durante más de diez años y han surgido del desarrollo específico del mundo capitalista durante las últimas décadas, en las que el ataque de la clase dominante contra la clase trabajadora se ha intensificado a través de una mayor explotación y ha sido acompañado por la ofensiva más extendida contra la humanidad en todos sus aspectos.
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