La crisis viral se ha transformado en una crisis global de reproducción social sin un fin a la vista. Con el cierre de fábricas, oficinas, escuelas e innumerables otras instituciones, muchos millones de personas en todo el mundo se enfrentan a la pérdida de ingresos, vivienda y acceso a recursos básicos de supervivencia. Mientras tanto, la pandemia mortal continúa, extendiéndose a los países más pobres del mundo que están aún menos preparados para contenerla. Todo el mundo está conmocionado. La confianza en la sabiduría de nuestros amos capitalistas, y en su capacidad para lidiar con los peligros actuales, está sufriendo un gran daño. Las imponentes columnas de mármol de los templos del gobierno y las finanzas, ya no se ven tan robustas. Crece la sensación de que todo esto podría estar al borde del colapso. Muchos tienen miedo. Muchos recurrieron a la compra-pánico (en particular a la acumulación de papel higiénico, lo que sugiere que el papel higiénico podría convertirse en la moneda post-apocalíptica :). Algunos, buscando un objetivo por su miedo, maltrataron a los asiáticos. Muchos más cuidaron a los más vulnerables, se ayudaron mutuamente, se solidarizaron con los trabajadores de la salud y los enfermos. Estas reacciones espontáneas indican las direcciones opuestas en las que podría ir el mundo.
Esta es una crisis del capitalismo.
El capitalismo no ha creado este virus. No fue inventado como un arma biológica, no escapó de un laboratorio secreto. No hay necesidad de fantasías, la realidad es lo suficientemente delirante de por sí. No es la primera transferencia zoonótica (enfermedad que salta de animales no humanos a humanos). Existen numerosas zoonosis; algunas, pero no la mayoría, causan epidemias. Ha habido varias pandemias zoonóticas en las últimas dos décadas (las principales SARS, MERS y ahora Covid-19). Estas cosas simplemente suceden, nos aseguran nuestros maestros, nadie tiene la culpa. La pandemia y todas sus consecuencias son “un acto de Dios”, como un huracán. Todos tenemos que refugiarnos hasta que la tormenta acampe.
Pero si bien el capitalismo no es responsable de la existencia del virus, ha creado condiciones que favorecen la aparición de zoonosis y su rápida propagación.
Su compulsión por crecer, buscar ganancias donde sea que pueda encontrarlas, convertir todos los recursos de la tierra en mercancías y destruir lo que no puede ser mercantilizado en el proceso, no sólo está causando un cambio climático catastrófico sino que también aumenta las posibilidades de infección viral proveniente de animales salvajes tropicales, como lo han advertido los epidemiólogos durante años. La deforestación es un factor importante. Reduce el hábitat de especies que nunca antes habían entrado en contacto con los humanos y que portan virus para los cuales no hemos desarrollado inmunidad. Los nuevos caminos a través de los bosques restantes aumentan tanto la tala de árboles como la muerte de la vida silvestre para la alimentación. Parte de la vida silvestre se consume localmente y reemplaza las fuentes de alimentos perdidas a medida que avanza la deforestación; algunos cazadores aprovechan los nuevos caminos y transportan la comida a los mercados urbanos. Es más barato que la carne normal y muchas personas son pobres, así que ahí lo tienes. La pérdida de hábitat también diezma muchas especies de animales y lleva a algunos a la extinción. Con sus depredadores desaparecidos, muchas plagas mortales se descontrolan. El cambio climático y las pandemias no son dos cuestiones separadas; son el mismo problema, tienen la misma causa, la implacable compulsión del capitalismo para explotar más, acumular más valor. El “más” nunca puede parar. La pandemia actual disminuirá eventualmente. Se desarrollará una vacuna y mejores tratamientos. Pero nuevas pandemias la seguirán. Al igual que los desastres recurrentes de inundaciones e incendios, se convertirán en parte de la “nueva normalidad”, aunque no hay nada normal en ellos.
Como se observa a menudo, la rápida expansión de Covi-19 fue posible gracias a la globalización de la economía que tanto se aceleró en las últimas décadas. El capitalismo ha creado un mundo global. La conectividad global no desaparecerá. Vivimos en ella, tenemos que lidiar con los desafíos y peligros globales que conlleva. La pandemia actual lo muestra claramente. Pero el capitalismo es intrínsecamente incapaz de abordar una crisis global. Basado como lo está en la competencia, no puede llegar a una solución global ante la propagación de la enfermedad. Cada nación trata de proteger su propio territorio, cerrando sus fronteras, compitiendo por recursos médicos y (si bien existe cierta cooperación internacional en la investigación) compitiendo por las riquezas que traerá el descubrimiento de una vacuna.
La pandemia también pone intensamente en foco a la naturaleza de clase de la sociedad capitalista. Cuanto más rico seas, mejor podrás protegerte. Los gerentes trabajan desde casa. Aquellos que son considerados trabajadores esenciales todavía tienen que ir a trabajar, a pesar de los riesgos para su salud, a menudo carecen de equipos de protección adecuados y les pagan salarios mínimos. Otros muchos millones son despedidos. Mientras que en los países más ricos obtienen beneficios de desempleo, en los países más pobres, generalmente no obtienen nada. Incluso en los Estados Unidos, muchos trabajadores despedidos pierden su seguro de salud. Muchos millones no podrán pagar sus hipotecas, alquileres y otras facturas. Los trabajadores con salarios más bajos también son los más vulnerables al virus en sí, debido a la mayor incidencia de enfermedades respiratorias. Los más vulnerables son los millones de personas sin hogar y las masas en los campos de refugiados, que sólo pueden responder a la directiva de quedarse en casa: “Ojalá pudiera …
Mientras escribimos esto, todavía no está claro cuan profundamente llegará la pandemia a las partes más pobres del mundo, pero parece probable que sea allí donde la enfermedad va a ser más destructiva. No sólo sus sistemas de atención de salud son lamentablemente insuficientes y completamente incapaces de lidiar con una avalancha de pacientes, no sólo muchos carecen de servicios básicos como agua corriente, por lo que la directiva del lavado frecuente de manos es imposible de seguir, no sólo es imposible un ‘distanciamiento social ‘ en las villa miseria ó favelas superpobladas de las ciudades, también la interrupción del trabajo priva a millones de personas de sus ingresos lo cual hace que el hambre y la desnutrición, que reprimen la reacción del sistema inmunológico ante la infección, se sumen a la pandemia. Va a ser una carnicería. Millones morirán. Los gobernantes del mundo derramarán una o dos lágrimas por ellos y enviarán un poco de ayuda, sin sentirse demasiado tristes por “el entresacado en la manada”.
¿Fracasos u opciones?
Mucho se ha escrito y dicho sobre los fracasos de varios gobiernos en esta crisis. Y, de hecho, han habido muchos. Pero lo que se describe como “un fracaso” es a menudo una opción tomada. La eliminación de los presupuestos para la investigación de epidemias, la falta de fondos para la atención médica, la disminución de la cantidad de camas en los hospitales, la falta de material para testeo, respiradores, máscaras, etc., el rechazo a las advertencias de los expertos, la falta general de planificación y preparación, serían un fracaso colosal si asegurar el bienestar de la población fuera la prioridad de la clase dominante. Pero, de hecho, esto está muy debajo en su lista de tareas. Los gobiernos de todo el mundo han desbastado la atención médica y otros gastos sociales en las últimas décadas. Eso incluye gobiernos de izquierda y de derecha, demócratas y republicanos, laboristas y conservadores. Lo hicieron para reducir costos a fin de hacer que el capital nacional sea más rentable. Esa es su prioridad. Que los recortes en la atención médica ahora parecen ser un asunto costoso, que socava en gran medida las ganancias, de ninguna manera alterará esa prioridad. Ya, algunos en la clase dominante, incluido Trump, claman por la reanudación de la producción, independientemente de las consecuencias para la salud. El teniente gobernador de Texas fue quizás un poco demasiado honesto cuando, en su apuro por hacer que la máquina de ganancias volviera a funcionar, hizo un llamado a las personas mayores para que se sacrifiquen por la economía.
Del mismo modo, la prioridad de la industria privada no es el bienestar de la población. La industria hospitalaria y las grandes compañías farmacéuticas han demostrado esto muy claramente. Lo que la Gran Industria Farmacéutica (Big Pharma) contribuye al bienestar humano es simplemente un subproducto de lo que realmente produce: ganancias. Y han habido pocas ganancias en la investigación y el desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales. De las 18 compañías farmacéuticas más grandes, 15 han abandonado totalmente ese campo. En su lugar, se centraron en las enfermedades de los ricos, los tranquilizantes adictivos y las drogas para la impotencia masculina, descuidando las defensas contra las infecciones hospitalarias, las enfermedades emergentes y las mortíferas plagas tropicales.
No fue diferente en el pasado. La peor pandemia en la historia moderna, la “gripe española” de 1918-1919 (que debería llamarse “la gripe de Kansas”, ya que es ahí donde comenzó) mató al menos a 50 millones de personas debido a opciones tomadas, no por fracasos. Cuando comenzó el brote, ambas partes en la guerra inter-imperialista decidieron que la protección de la población no fuera su prioridad, y en su lugar centraron sus recursos, incluidos los recursos médicos, en la continuación de la guerra. Finalmente, más de la mitad de las muertes ocurrieron en la India, donde la brutal requisición de granos para exportar a Gran Bretaña, combinada con la sequía, crearon escasez de alimentos. La siniestra relación sinérgica entre la desnutrición y la pandemia viral significó la muerte en masa. Podría pasar de nuevo. Al enfrentar el sufrimiento humano en gran escala, nuestros gobernantes capitalistas muestran una crueldad inimaginable.
Una recesión que ya iba a suceder
Así que ahora estamos en una profunda recesión. Los economistas afirman que será en forma de V, lo que significa que la recuperación será rápida. En cuanto la enfermedad esté bajo control y podamos salir de nuestras casas, la demanda acumulada volverá a poner en marcha el tren del dinero en muy poco tiempo. Eso supone que la economía global estaba en buenas condiciones antes del brote y simplemente puede continuar desde donde se quedó. Pero esto no era así. Grandes países como Alemania y Japón ya estaban entrando en el terreno de la recesión. La tendencia era a la baja en todas partes. La curva ascendente de la carga de la deuda y la curva descendiente de la caída de la tasa general de ganancia se cruzaron nuevamente. La pandemia fue el alfiler que hizo estallar el globo. Hizo que el regreso a la recesión fuera mucho más brutal y agudo, pero no lo causó.
La deuda vencida (que ya no genera pagos de intereses) desencadenó la crisis financiera en el 2008. Los bancos en los Estados Unidos y Europa se tambalearon al borde de la quiebra. Sólo los rescates masivos de los gobiernos los salvaron. Para sacar a la economía global del abismo, los gobiernos tomaron grandes préstamos del futuro. La economía global sufrió una década difícil: una ‘Gran Recesión’ global seguida de un estancamiento persistente en Europa occidental, un crecimiento lento y una desigualdad cada vez mayor en los EE. UU. Podría haber sido mucho peor sin las medidas desesperadas de los bancos centrales y el gasto de derroche de China, impulsado por la deuda.
En esta década, la deuda global aumentó a 250 billones de dólares (de 84 billones en el 2000 y 173 billones en el 2008). Eso es el 320% del PIB mundial, 50% más que 10 años antes. La deuda de gobierno global ha aumentado con un 77%, la deuda corporativa global con un 51%. Nadie en su sano juicio cree que esta deuda será pagada alguna vez. Por el contrario, seguirá creciendo, ya que muchas empresas y gobiernos deben pedir prestado para pagar los intereses sobre su antigua deuda. Por eso es imperativo que las tasas de interés se mantengan lo más bajas posible. Pero incluso las tasas más bajas no pudieron evitar que la carga de la deuda aumente y que reduzca las ganancias. “El pasado devora al futuro”, como escribió Thomas Piketty. Veamos el estado de las dos economías más grandes en vísperas de la recesión actual.
Hace diez años, China había estado disfrutando de un fuerte crecimiento económico durante dos décadas, y evitó en gran medida la deuda para financiarlo. Desde entonces, la deuda total de China se ha multiplicado por siete. Representa más de la mitad de la deuda pendiente de todo el mundo emergente, mientras que su sector privado ha representado el 70 por ciento de todas las deudas nuevas contraídas en el mundo entero desde la crisis del 2008. La deuda de los hogares era sólo el 18.8 por ciento del PIB de la China. Ese número casi se ha triplicado, al 51%. La deuda corporativa aumentó al 65% del PIB, el aumento más rápido de todas las grandes economías. Mientras tanto, las ganancias se derrumbaron. En el año anterior a la crisis, la ganancia total neta de la economía china fue de 726 mil millones de dólares. Diez años después, su balance mostró una pérdida de 34 mil millones. Entonces, incluso antes de que la pandemia levantara su fea cabeza, una ola de bancarrotas parecía inevitable en China.
La imagen se veía algo diferente en los Estados Unidos. Aquí también, tanto la deuda del gobierno como la deuda de las corporaciones no financieras se duplicaron. Sin embargo, la tasa de ganancia aumentó en esta década en los Estados Unidos, en parte debido al estancamiento de los salarios. Pero este aumento se debió casi exclusivamente al éxito del 10 % de las compañías más grandes, mientras que los márgenes de ganancia de las empresas en la mitad inferior se mantuvieron principalmente en territorio negativo. Las empresas del décimo superior tienden a dominar a los sectores en los que operan. Protegidas en gran medida de la competencia, podían permitirse gastar relativamente poco en inversión productiva, lo que reducía sus costos y aumentaba sus ganancias (y el bajo gasto en tecnología para aumentar la productividad también aumentó el empleo). Otras empresas invirtieron más. Sus cargas de deuda han aumentado abruptamente, mientras que las del 10 por ciento superior se han mantenido casi plano.
Un gran número de compañías de la mitad inferior en los Estados Unidos y China se ganaron el apodo de “compañías zombis”. Son muertas vivas, no festejan con carne humana, excepto de una manera metafórica, pero están sostenidas por dinero barato, por más deuda. Y así el pasado se sigue devorando al futuro.
Examinar a otros países llevaría a la misma conclusión: una recesión estaba destinada a ocurrir, con o sin pandemia.
Sacude ese árbol
Pero la pandemia lo empeoró. Una pausa general de toda la producción, excepto de lo esencial, podría parecer no tan perjudicial en una economía donde hay sobreproducción en casi todos los sectores. Tomemos un descanso, consumamos nuestros productos acumulados para después recomenzar nuevamente. Y, para restablecer las condiciones para un crecimiento rentable, sería útil que todas las empresas no rentables, y la deuda que tienen, desaparecieran de la escena. Excepto que esto conduciría a un gran desmoronamiento. La cadena de pagos que une a todos los capitales, se rompería en millones de partes. La pandemia se convertiría en un pandemonio. La clase dominante nunca permitirá que suceda esto, por supuesto. Mientras pueda.
Pero no tiene nuevas soluciones. Entonces, ¿qué más puede hacer que lo que hizo en la recesión anterior? Sacudir el árbol de dinero, incluso más vigorosamente que en aquel entonces porque el peligro es aún mayor. Billones y billones son echados como una ducha sobre el Capital y, en mucho menor medida, sobre la población en general. Los bancos centrales reanudan sus operaciones de compra de deuda. Los límites al gasto deficitario se quedan en el camino. De esta forma se evita una depresión, por ahora. Pero a pesar de lo alucinantes que son las cantidades de dinero nuevo, no serán suficientes para salvar a muchas de las empresas que se tambalean al borde del abismo, ni los cheques de desempleo y las bonificaciones únicas evitarán un empobrecimiento de la clase trabajadora.
Esto en cuanto a la forma de V de esta recesión. Será una forma de L en el mejor de los casos. O de una letra aún por inventar. En gran medida, las consecuencias se pueden parecer a lo que sucedió después de la recesión anterior, sólo que peores. La brecha entre ricos y pobres se ampliará aún más, ya que los grandes capitales obtienen la mayor parte del dinero nuevo y el crédito más barato. El hecho de que sean ricos los hace más ricos, más confiables y seguros para el valor. Mientras tanto, toda la nueva deuda obligará a los gobiernos a imponer una austeridad severa a la clase trabajadora ya empobrecida. Los agujeros en la llamada red de seguridad serán cada vez más grandes. Para los militares y la policía no habrá austeridad, por supuesto, ya que los conflictos internacionales y las tensiones sociales aumentarán.
Este árbol no es para tí ni para mí.
“No hay ningún árbol mágico de dinero”, dijo la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, al justificar sus recortes en el cuidado de la salud y la educación. Ahora resulta que sí hay un árbol así, solo que tú no puedes sacudirlo.
¡No es justo!, dicen las voces de la izquierda, si se puede crear tanto dinero de la nada, ¿por qué se necesita la austeridad? ¿Por qué el capital obtiene la mayor parte y el resto de nosotros una miseria? ¿Por qué no crear dinero para gastar en atención médica y educación, vivienda, salarios y medio ambiente?
La respuesta de la mayoría de los economistas es que una creación masiva de dinero para satisfacer las necesidades de la población en general, para aumentar su consumo, lo cual llevaría ese dinero a la circulación general, desataría la inflación y elevaría las tasas de interés a niveles paralizantes. El mágico árbol de dinero puede ser sacudido, es lo que dicen, pero tiene que ser sacudido de la manera correcta.
Entonces, ¿cuál es la manera “correcta”? El objetivo debe ser mantener el incentivo para producir, para crear valor. Eso es lo que exige el sistema, que el proceso de acumulación continúe. Si el incentivo cae, ya nada se mueve. Dado que el incentivo es la ganancia, se debe dirigir el dinero del árbol mágico a la restauración de la rentabilidad del capital. La creencia en que la producción convierte el dinero en más dinero, en que el dinero aumenta de valor cuando se presta, debe ser mantenida a toda costa. Todas las medidas tomadas ahora, las donaciones y préstamos masivos y la compra de deudas, sirven a ese propósito. Los recortes de impuestos, recortes salariales y la eliminación de las regulaciones ambientales también son útiles. Cualquier excedente que esta estrategia dé como rendimiento, puede gastarse en beneficio de la población ó no y, por lo tanto, ser objeto de debate público.
Sin duda, la codicia, el interés propio, la solidaridad de la clase dominante consigo misma, la corrupción y la crueldad juegan un papel en como se distribuye la enorme cantidad de dinero que ahora se está creando. Pero al final, mientras el contexto sea el capitalismo, el argumento de la derecha es más correcto que el de la izquierda. De hecho, para mantenerse en la cima del despiadado mundo capitalista en crisis, la rentabilidad del capital nacional debe defenderse a expensas de la población. De lo contrario, el capital huirá o perderá su incentivo para producir. En este mundo, donde la falta de vivienda crece por minuto, donde un niño muere de hambre cada 10 segundos, tiene sentido dar dinero a los ricos. Sí, esto es absurdo. Pero eso se debe a que el capitalismo se ha convertido en un absurdo.
Eso es lo que la izquierda capitalista no ve o no quiere ver. La izquierda capitalista denuncia los excesos del capitalismo, quiere cambiar al sistema para hacerlo más justo, quiere que el Estado cree dinero para satisfacer las necesidades de la población, detener el cambio climático y mucho más. Ve en la crisis actual un momento de enseñanza, una oportunidad para luchar contra el “neoliberalismo”. ¡Mira lo que el Estado puede hacer! ¡Imagina lo que podría hacer bajo un liderazgo progresista! No quieren ver que cambiar al sistema no altera su curso mientras siga siendo capitalista. La base subyacente sobre la cual opera el capitalismo implica políticas que son compartidas por la izquierda y la derecha en cualquier país dado, al menos en la práctica. No importa cuanto dinero se cree para ayudar a los pobres, este modo de funcionamiento continuará creando más y más desastres. Más pobreza, más personas huyendo del hambre y la guerra, más ansiedad y desesperación, más pandemias y calamidades ambientales, más crisis. No cambiar al sistema sino abolirlo debe ser el objetivo.
Resistencia
A medida que se extendió la pandemia, los Estados de todo el mundo demostraron y aumentaron su capacidad para dirigir y controlar los movimientos de toda la población. Comparando la situación con el tiempo de guerra, han desplegado al ejército, otorgando a la policía poderes radicales para detener a las personas indefinidamente, intensificando la vigilancia (trabajando con empresas de telecomunicaciones y compañías de plataformas como Google y Facebook para ese propósito), suspendieron derechos constitucionales como la libertad de expresión y reunión. Muchos de estos pasos draconianos no tienen nada que ver con la crisis de la salud. Uno tiene que preguntarse si todo esto desaparecerá una vez que termine la emergencia. No existen “condiciones de extinción” para garantizar que estas medidas sean temporarias. La tendencia hacia la creación de poderes represivos y un mayor control biológico sobre cada individuo es anterior a la pandemia y sin duda continuará.
Dejando de lado la emergencia de la salud, la clase dominante tiene buenas razones para hacerlo. La pandemia bien puede ser seguida por una ola de lucha de clases. Muchos millones de personas ahora se preguntan como van a llegar a fin de mes. Ven que los Estados se hacen cargo del Capital a sus expensas, ven a los especuladores haciendo miles de millones acortando el mercado de valores, ven a las compañías despedir a los trabajadores sin paga, ven a los hospitales obligados a asignar grados de prioridad a los enfermos y a racionar recursos, ven a los pacientes de hogares de ancianos abandonados como blanco fácil para el virus, ven a los pobres abandonados, ven a los trabajadores obligados a trabajar sin protección. El descontento social se está gestando.
De hecho, los conflictos de clase ya se multiplicaron en marzo, a pesar de que la necesidad de distanciamiento social es un gran obstáculo para la acción colectiva. Hubo protestas dentro y fuera de las cárceles y centros de detención de inmigrantes en Italia, Irán, Canadá y los Estados Unidos, contra las peligrosas condiciones de salud. Hubo muchas huelgas de trabajadores “no esenciales” que se vieron obligados a ir a trabajar a pesar del peligro. Al grito de “Non siamo carne da macello” – “No somos carne de matanza” – los trabajadores obligaron a cerrar fábricas en toda Italia. Por la misma razón, muchas huelgas salvajes estallaron en América del Norte. Los trabajadores en fábricas de automóviles, astilleros y centros de atención telefónica, entre otros lugares, se negaron a trabajar, organizaron sentadas, salida colectiva por enfermedad, etc. También han habido muchos actos de resistencia por parte de los trabajadores que se consideran esenciales, pero que no cuentan con la protección adecuada (máscaras, desinfectante, etc.) ni están recibiendo pago de riesgo. En los EE. UU., esto ha llevado a huelgas y protestas de los trabajadores de la salud en la primera línea de la pandemia, de los trabajadores del transporte público, los trabajadores de comida rápida, los empaquetadores de carne, los trabajadores de saneamiento, el personal de atención domiciliaria y los cajeros de supermercados. En el momento en que escribimos esto, estalló una huelga en Amazon en Nueva York y en Instacart, una empresa de entrega de compras que ahora está obteniendo ganancias fabulosas, mientras que la mayoría de sus trabajadores ganan menos de 9 dólares por hora. 1Los trabajadores de correos en el Reino Unido y los conductores de autobuses en Francia abandonaron el trabajo por las mismas razones. Seguramente hay muchos más ejemplos de resistencia colectiva en todo el mundo. No es sorprendente que los medios de comunicación no informen acerca de esto.
Se está organizando una huelga de alquileres. Incluso se habla de una huelga general. Es poco probable que suceda pronto, pero el hecho de que la idea esté dando vueltas es significativo. Es conmovedor presenciar esta voluntad de resistir, esta negativa a ser corderos para la matanza en el altar del Capital.
Un colapso en cámara lenta
A pesar de la velocidad de la pandemia y su impacto económico, la crisis estructural del capitalismo está tomando la forma de una depresión en cámara lenta. Cada vez que la economía mundial se acerca al abismo, una infusión masiva de dinero la hace retroceder, restaura una normalidad que con cada nueva ronda de este carrusel dislocado se vuelve más absurda, más contraria a la satisfacción de las necesidades humanas. Con cada nueva ronda, la muerte masiva por el bien de la economía se vuelve más aceptable en la mente de la clase dominante. Trump, cuando expresó su deseo de que las cosas volvieran a la “normalidad” en Semana Santa, una medida que podría haber llevado a la muerte a millones de personas, ó Boris Johnson, cuando consideró permitir que la población británica adquiriera “inmunidad colectiva” ( matando así a todos los débiles), tal vez estén un poco adelantados a su tiempo.
Con cada nueva ronda, el Capital intenta perder más lastre. Es un retiro en cámara lenta de todo lo que no sea rentable, de la responsabilidad de dispensar el salario social (atención médica, pensiones, etc.); un abandono de las masas que ya no pueden ser rentablemente empleadas. Intenta hacerlo de manera tan gradual para que la rana no salte fuera del agua que se está calentando; para que la clase obrera no se rebele.
Está abandonando el espacio social, tanto literal como figurativamente. Pero esta es también una oportunidad para ocupar ese espacio. De nuevo, tanto literal como figurativamente. Literalmente: mientras escribimos esto, algunas viviendas vacantes en Los Ángeles están siendo tomadas por personas sin hogar. Muchos otros espacios se están convirtiendo en cascarones vacíos, pidiendo ser utilizados para vivir, reunirse, jugar y trabajar. Serán ocupados, aunque la ley no lo permita. La retirada del Estado y sus instituciones de la responsabilidad de la reproducción social nos urge a autoorganizarnos. En esta emergencia de salud, vemos el gran potencial de solidaridad del que surge la autoorganización. Tanta gente ha asumido espontáneamente el desafío. Vemos a médicos y enfermeras jubilados que se ofrecen como voluntarios, a pesar de los riesgos para su propia seguridad, personas que se encargan de coser máscaras, comprar para sus vecinos, organizar asistencia alimentaria y diferentes formas de ayuda mutua, organizar la resistencia colectiva.
A medida que el sistema continúa en su marcha hacia el colapso, la necesidad de solidaridad y resistencia sólo aumentará. No sólo se ocupará el espacio social desocupado por el Capital, el control de los puntos de producción tendrá que ser tomado por los trabajadores para que sean utilizados para satisfacer las necesidades humanas. Existe en la clase trabajadora, la gran mayoría de la población, una enorme reserva de talento y creatividad para construir un mundo nuevo. Las habilidades, el conocimiento y los recursos están ahí, más de lo que creemos. Las redes sociales para activar estos poderes aún no están allí, ó son aún incipientes ó latentes. La necesidad misma las despertará.
Sanderr
3/31/2020