El centenario de la Revolución de Octubre ha sido un asunto bastante apagado. No hubo desfiles en la Plaza Roja ni en Tiananmén, ni demostraciones, ni festividades. Incluso los izquierdistas le prestaron poca atención, con excepción de aquellos que sueñan con que Octubre se repita, esta vez con ellos mismos en el papel de los bolcheviques. En la mínima medida en que los medios de comunicación mencionaron el aniversario, fue para comentar que el comunismo había colapsado afortunadamente. Algunos le dieron un poco más de espacio. The New York Times Book Review, en su edición del 22 de octubre, dedicó siete artículos relacionados con el tema. Notablemente, en lo que se entiende como una crítica al totalitarismo, todos decían lo mismo: El comunismo es un experimento fallido, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Sin discusión. Uno de los autores fue Francis Fukuyama, famoso por su afirmación de que el fin del régimen “comunista” en Rusia anunciaba “el fin de la historia”: inevitablemente todo el mundo se volvería capitalista y democrático. No hay otra alternativa.
Tan escasa atención es notable ya que, desde cualquier punto de vista, la Revolución de Octubre fue un terremoto que dejó profundas huellas en el curso de la historia. IP ha publicado varios artículos al respecto [i], pero no queremos dejar pasar este centenario sin hacer algunas observaciones sobre su relevancia en la actualidad.
¿Nos enseña algo la Revolución de Octubre acerca de una sociedad post-capitalista, comunista, y los problemas que esta enfrentará?
No. La base de la sociedad capitalista, la acumulación de valor basada en el tiempo de trabajo robado, permaneció intacta. No hay lecciones que extraer de como el PC organizó la reproducción de la sociedad, excepto lecciones negativas. No tenemos nada que aprender de como los bolcheviques manejaban la explotación y la sumisión al Estado. Pero el fracaso de la revolución para avanzar y su subsiguiente y rápida degeneración no fueron simplemente culpa de los bolcheviques. El Estado se reafirmó a sí mismo, en circunstancias de aislamiento internacional, guerra civil, extenuación por guerras, hambre y lucha, y el partido bolchevique se convirtió en su agente.
Las circunstancias de hoy son radicalmente diferentes. Si bien lo que está en juego es esencialmente lo mismo, para una sociedad revolucionaria en nuestros tiempos, tanto el potencial a su disposición como el tipo de problemas con los que se encontraría tendrían poco que ver con los de la Rusia revolucionaria de hace un siglo.
¿Nos enseña algo sobre el potencial revolucionario de la clase trabajadora?
Sí, lo hace. Es esencial ver los eventos en Rusia, no como un suceso aislado, sino como parte de un maremoto que barrió el mundo. La levadura estaba aumentando en toda Europa ya en los primeros años del siglo. Como supuestamente dijo el rey de Inglaterra George V, “¡Gracias a Dios por la guerra! Nos salvó de la revolución “. La lucha llegó más lejos en Rusia en 1905-07, durante la cual los trabajadores crearon nuevas formas de organización, en comités de fábrica, consejos obreros y soviets, no previstos por ningún teórico.
La ola de luchas de la clase obrera que forzó a la finalización de la Primera Guerra Mundial y encontró ecos en todo el mundo, nuevamente, llegó más lejos en Rusia. Quienes reducen estos acontecimientos a un golpe de Estado bolchevique deforman lo que realmente sucedió. El derrocamiento, primero del Estado zarista, luego de su sucesor burgués, fue el resultado de la lucha masiva de clases y la auto-organización, de lo que Trotsky llamó “la irrupción violenta de las masas en el dominio en el que se determinaría su propio destino”.
¿Por qué la ola revolucionaria llegó más lejos en Rusia que en cualquier otro lugar?
Ciertamente, el hecho de que personas como Lenin y Trotsky fueran grandes estrategas fue un factor en el éxito de la revolución. Pero “si todo marchó, en camino a la toma del poder, eso se debió a circunstancias históricas excepcionales que no existen hoy en día, y con las cuales no podemos contar mañana” […] La victoria temporal de la revolución proletaria en Rusia se debió, menos a una mayor claridad del proletariado y de los bolcheviques en ese país, que a una situación intrínsecamente más favorable ”[ii] . El desarrollo capitalista había sido frenado por el zarismo atávico, la burguesía era muy débil. Rusia era “el eslabón débil” en el dominio del capitalismo, el más fácil de romper.
Hoy, no hay eslabones débiles. El capitalismo es, más que nunca, un sistema global. Si una revolución tiene éxito sólo en un “eslabón débil”, será aplastada, mucho más rápidamente que en Rusia. Más que nunca, la relación de fuerzas entre las clases y entre las prácticas y perspectivas a las que da lugar su situación, es global.
Vamos a ganar juntos, o caeremos juntos.
¿Por qué la ola revolucionaria no llegó más lejos en Rusia?
¿Por qué el proletariado revolucionario, después de derrocar al Estado zarista y al Estado burgués, acepta al Estado bolchevique?
Están los factores que mencionamos anteriormente: aislamiento internacional, guerra, hambre, extenuación … Especialmente la derrota del movimiento revolucionario en Alemania fue un golpe mortal. Estos y otros factores, incluida la represión violenta de los revolucionarios disidentes por parte de los bolcheviques, se combinaron para cambiar el rumbo.
Y así, la mayor promesa del siglo 20 se convirtió en su mayor mentira. La mentira de que el comunismo es igual al tipo de sociedad creada por el triunfo de la contrarrevolución en Rusia. Una mentira que provocó un daño inconmensurable, que envenenó la imaginación colectiva.
Los bolcheviques hicieron más daño y no sólo en Rusia. Usaron a la Internacional Comunista como un instrumento de la política exterior imperialista del Estado ruso. Fueron “un factor activo en la derrota de la revolución en otros países, en virtud del “modelo” que representaban en ese momento”.[iii] Este falso modelo oscureció y continúa oscureciendo la visibilidad de una salida real del capitalismo.
Sin duda, la mayoría de los bolcheviques realmente quería poner fin a la explotación capitalista. Pero ellos creían que esto podría lograrse derrotando políticamente a la clase dominante y luego utilizando al Estado para re-dirigir la economía hacia objetivos socialistas. Esta era la estrategia del amplio movimiento socialdemócrata del que venían; las diferencias entre ellos se centraban en si la victoria política podía lograrse mediante una reforma democrática gradual o sólo mediante la revolución. Pero derrotar a los capitalistas no es lo mismo que derrotar al capitalismo. El capitalismo es un sistema que requiere una clase trabajadora que produce plusvalía y una clase capitalista que organiza la acumulación de ese valor. Pero esa clase es un agente mediador, en lugar de una categoría sociológica. Esa mediación no tiene que ser llevada a cabo por la burguesía privada; como bien lo han demostrado los bolcheviques. Ellos manipularon la ley del valor de muchas maneras, pero al final, fue la necesidad del valor de expandirse lo que dictaba sus políticas.
Así que no se necesitó ninguna revolución cuando Rusia rechazó oficialmente el “comunismo” en 1992. La clase dominante se metamorfoseó, modernizó su gestión y el trabajador explotado siguió siéndolo.
“Bolchevique” puede que ya no sea una marca popular, pero la izquierda de hoy básicamente se adhiere a la misma estrategia: lograr una victoria política y luego usar al Estado para ajustar la economía para fines justos, progresivos y humanos. La principal lección de la revolución rusa es que esta estrategia condena a la revolución al fracaso. Mientras que las premisas subyacentes de la ley del valor permanezcan intactas – una clase trabajadora que intercambia su fuerza de trabajo por un salario y una clase que se apropia de la plusvalía y dirige la acumulación de valor – todo lo demás continúa. Ningún manto democrático puede ocultar esto. En Rusia, los soviets, en teoría todopoderosos, rápidamente se convirtieron en meros instrumentos del Estado capitalista una vez que las necesidades de acumulación del valor se impusieron. La “irrupción de las masas”, de la que hablaba Trotsky, tenía que terminar. Él mismo la detuvo sangrientamente en el mismo lugar donde comenzó la revolución: Kronstadt.
Hay muchas lecciones para extraer de lo que ocurrió hace cien años.
Una es seguramente que una revolución que termine con el capitalismo debe ser global o fracasará. Su derrota en otros lugares impusieron condiciones imposibles para la revolución en Rusia. Hoy, sería aún menos posible que una isla revolucionaria sobreviva en un océano capitalista. Ningún país puede ignorar lo que la acumulación del valor requiere. Por lo tanto, cualquier estrategia basada en la nación es, ya por esta sola razón, intrínsecamente capitalista. Las diferencias entre ellos son sobre como administrar la acumulación del valor del capital nacional, pero al final, la necesidad de alimentar a la bestia con los beneficios, dicta las políticas.
Otra lección es que la delegación de poder es extremadamente peligrosa. El movimiento revolucionario es, de hecho, “la irrupción violenta de las masas en el dominio en el que se determinaría su propio destino”, pero ese dominio es mucho más grande de lo que Trotsky tenía en mente. Esta “irrupción violenta de las masas” es lo que posibilita la revolución. Lo hace porque la revolución transforma sus vidas y les da poder sobre sus propias vidas. Una revolución global requiere comunicación global y toma de decisiones (y en ese aspecto, las condiciones de infraestructura son mucho mejores que en aquel entonces), pero sigue siendo impulsada por la revolución de la vida cotidiana. Cuando ese poder sobre la vida diaria es delegado, a un partido único, o a órganos estatales democráticamente elegidos, lo que originalmente eran expresiones de auto-organización de los explotados (soviets, etc.), mueren o se convierten en caparazones vacíos, absorbidos por el Estado.
Una tercera lección es no enfocar exclusivamente el momento. La revolución en Rusia ha demostrado claramente que la perspectiva puede cambiar al instante. Un día, parece que sólo hay confusión, miedo y aceptación fatalista. Al día siguiente, una fiebre de resistencia, de decir no, se extiende como un reguero de pólvora. Y la conciencia del poder de clase crece con la propagación de la levadura y dispara la imaginación. Lo que parecía imposible, se vuelve real.
Otra lección es que la revolución requiere, en momentos cruciales, una acción decisiva, rápida y audaz. Un obstáculo para eso puede ser la fetichización de las formas democráticas, esperar demasiado mientras la deliberación o la votación continúan … otro escollo es dejar la toma de decisiones a una minoría especializada, un partido substitucionista como los bolcheviques.
Una quinta lección: cuidado con el productivismo. Es la ideología que justifica la reafirmación del capitalismo. Para los bolcheviques, el crecimiento de las fuerzas productivas, el aumento de la productividad, era la prioridad principal a la que debían ceder todas las demás preocupaciones. Esto no sólo debido a las condiciones específicas en Rusia sino también porque los bolcheviques se adhirieron fielmente al dogma “ortodoxo” marxista que afirmaba que la revolución resulta de la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas aún más, que las últimas empujan a la revolución y son liberadas por ella . Pero ahora está bastante claro que el capitalismo ha continuado siendo capaz de desarrollar sus fuerzas productivas, incluso con mayor velocidad: de hecho, este desarrollo en sí mismo se ha convertido en un grave peligro para la especie humana. El crecimiento de las fuerzas productivas no debe ser la prioridad, sino la liberación de las relaciones sociales de la forma de valor. Las necesidades humanas y el placer deben reemplazar el valor como base del trabajo y todas las demás actividades.
Entonces, la última lección, implicada en todas los demás, es que la revolución debe destruir el capitalismo desde sus raíces. No puede ser un proceso por el cual los diferentes gerentes de capital accedan al poder e instituyan mejores políticas; debe ser un proceso en el que la producción, el consumo, la vida social y la vida privada sean transformadas por las propias personas sobre una base continua. Esto es lo que alimenta la revolución. Sin eso, morirá.
Octubre nos muestra que cuando el proletariado se levanta, nada puede detenerlo. El Estado, con todos sus medios violentos, no lo puede detener. Solo él mismo puede detenerse. Solo su aceptación del retorno a la normalidad – a las viejas relaciones de trabajador-capitalista, vendedor-comprador, líder-seguidor, etc.- puede detenerlo. Hoy, esa normalidad sigue siendo fuerte. La desilusión y la desconfianza en las diversas ideologías de la clase dominante están aumentando, pero el comunismo no parece ser una alternativa, en gran parte gracias a los bolcheviques y a los muchos que abusaron del nombre. Hay luchas de clases, especialmente en el este de Asia, pero en gran parte hay mucha confusión. Es como si el mundo estuviera esperando que algo suceda para aclararlo. Nadie puede predecir como sería, qué podría desencadenarlo, ni cual sería el impacto de la próxima recesión (o depresión). El potencial para rechazar la normalidad todavía está allí. La voluntad de vivir, la capacidad de pensar y actuar juntos lo alimenta. Creemos que en las luchas a las que dará lugar, el comunismo será redescubierto, no como una ideología, sino como un movimiento real y material.
PERSPECTIVA INTERNACIONALISTA
[i] Perspectiva Internacionalista 8: La intemporalidad de la Revolución Rusa
Perspectiva Internacionalista 8: Sobre la naturaleza de la Revolución Rusa
Perspectiva Internacionalista 13: Por qué la Revolución Rusa no es un modelo para el mañana
Perspectiva Internacionalista 28: Debate: La economía en la revolución rusa
Perspectiva internacionalista 41: Los bolcheviques, la guerra civil y el “fascismo rojo”.
http://internationalist-perspective.org/IP/ip-archive/ip_41_bolsheviks-civil-war.htmlhttp://internationalist-perspective.org/IP/ip-archive/ip_41_bolsheviks-civil-war.html
[ii] Perspectiva Internacionalista 13: “Por qué la revolución rusa no es un modelo para el mañana” .p. 17
[iii] Ibídem.