ÂżES ESE EL CAMINO POSCAPITALISTA HACIA LA COMUNIDAD HUMANA?
Una revisiĂłn crĂtica de “LA CONTABILIDAD DEL TIEMPO DE TRABAJO Y LA EXTINCIĂ“N DEL ESTADO, Contribuciones a la crĂtica de conceptos errĂłneos frecuentes” Por David Adam
Publicado este año por Red & Black Books es una colecciĂłn de ensayos de David Adam. El alcance de su folleto es una defensa de una transiciĂłn del capitalismo al comunismo como una toma polĂtica del Estado burguĂ©s por parte de un poder proletario, que, durante esta transiciĂłn, autogestionará su propio trabajo.
En la primera secciĂłn, Adam se propone defender el texto de GIC Principios Fundamentales de ProducciĂłn y DistribuciĂłn, que describe un sistema de vales de tiempo de trabajo. Para reafirmar la validez de tal sistema, dirige su crĂtica a los escritos de Gilles DauvĂ©, quien caracteriza los vales de trabajo como un “salario disfrazado”. Para Adam esto no puede ser cierto, ya que lo que se intercambia es tiempo de trabajo “directo” que representa el trabajo concreto de cada trabajador, en oposiciĂłn al intercambio de trabajo abstracto.
Hay que decir dos cosas.
La primera es que la nociĂłn de intercambio directo entre el tiempo de trabajo (representado por un vale) y la correspondiente distribuciĂłn de la riqueza de un fondo social, mantiene el mismo principio que regula el intercambio de mercancĂas, en la medida en que se trata de un intercambio de equivalentes. En palabras del propio Marx, “este derecho igualitario [a intercambiar el propio trabajo] sigue estando perpetuamente cargado con una limitaciĂłn burguesa” 1. Si bien existe un intercambio directo y, por lo tanto, supuestamente más preciso entre los productores y los productos, esto no libera en modo alguno al sistema de la ley del intercambio de mercancĂas 2, en la que el trabajo humano se reduce a una cantidad conmensurable con respecto a una proporciĂłn equivalente de producto. Además, es precisamente la nociĂłn de equivalencia la que enmascara el carácter capitalista de la producciĂłn y la explotaciĂłn, en las que el metabolismo entre la industria humana y la naturaleza está mediado por dicho intercambio.3
En segundo lugar, Adam no ataca al trabajo mismo. Parece que, en su opiniĂłn, el trabajo es una forma no-especĂfica de actividad humana, en lugar de una categorĂa histĂłricamente especĂfica que emerge como una forma de dominaciĂłn en sĂ misma bajo el modo de producciĂłn capitalista. En nuestra opiniĂłn, no bastará con alterar la forma en que se mide el trabajo, ya sea en dinero, vales o cualquier otra cosa. Se trata más bien de que, al salir de la sociedad capitalista, la actividad humana misma dejará de ser una forma social de moneda.
En la siguiente secciĂłn, David Adam se centra en Moishe Postone. Su punto de crĂtica es que Postone complica innecesariamente la discusiĂłn de Marx sobre la “naturaleza dual del trabajo” en la que la forma mercancĂa impregna al trabajo con un valor de uso y un valor de cambio. Adam se da cuenta correctamente de que el enfoque de Postone en la forma de valor le impide considerar que el trabajo bajo la dominaciĂłn capitalista tambiĂ©n produce riqueza real. En el análisis de Postone, el trabajo se reduce, en efecto, a una pura fuente de valor, a una simple funciĂłn interna de la reproducciĂłn del capital. Por lo tanto, Postone no logra establecer un vĂnculo entre el trabajo concreto gastado en la producciĂłn y el trabajo abstracto como categorĂa de dominaciĂłn. AsĂ, la lectura que da Postone no concibe el trabajo como un poder alienado potencialmente en manos de un sujeto revolucionario. En esto podemos estar de acuerdo. 4Pero David Adam lleva su crĂtica demasiado lejos en la otra direcciĂłn.
Para explicar el trabajo abstracto, Adam se centra en lo que considera la naturaleza de la abstracciĂłn, cuya esencia encuentra en la “indiferencia” que el trabajo -como cualquier mercancĂa- tiene hacia cualquier otro tipo de trabajo en su forma relativa de valor. Es decir, que cada gasto concreto (fisiolĂłgico) de trabajo está en una relaciĂłn de “indiferencia” hacia todas las demás formas de trabajo cuando se toman como “trabajo humano en general”5Para apoyar su discusiĂłn, Adam cita a Marx sobre la forma de valor. 6Para Adam, lo que Marx llama lo “abstractamente general” adopta una “forma definida” por la cual el trabajo se convierte socialmente en valor mediatizado. Esto es correcto. Sin embargo, para Adam esa “forma definida” es el dinero en la medida en que expresa el equivalente del “trabajo en general”. Pero, contrariamente al análisis de Adam, me queda claro que la “forma definida” de lo “abstractamente general” no es su expresiĂłn en dinero (que no es más que una “muestra” de su precio), sino la dimensiĂłn socialmente cuantificable del tiempo de trabajo. Por lo tanto, mientras Adam ve el trabajo como una fuente positiva de riqueza en un sentido transhistĂłrico, no logra entender el trabajo en sĂ mismo como medida de valor. 7Y por esta razĂłn no se da cuenta de que el trabajo, como forma social histĂłricamente especĂfica, es decir, el tiempo de trabajo, debe ser atacado a toda costa! No es de extrañar que en la visiĂłn del comunismo de Adam, la gente continĂşe felizmente intercambiando su tiempo de trabajo por riqueza social, con la Ăşnica diferencia de que este intercambio se expresarĂa en un vale y este vale expresarĂa una cantidad proporcional de trabajo concreto.
En la tercera parte del libro, Adam argumenta que la transiciĂłn a una sociedad comunista tendrá lugar principalmente cuando la clase trabajadora se apropie del aparato coercitivo del Estado, ejerciĂ©ndolo asĂ con el propĂłsito de una “dictadura del proletariado”. La seguridad que nos da de que esta transiciĂłn ocurrirá con Ă©xito es que una polĂtica de “democracia radical” moldeará el Estado a favor de la clase trabajadora que administrará sus propios intereses universales. Adam propone que este punto de vista polĂtico, que apoya con copiosas citas del libro de Marx sobre la Comuna de ParĂs, la Guerra Civil en Francia, es el Ăşnico camino hacia el comunismo.
Adam mantiene una visiĂłn de la revoluciĂłn que es, en el mejor de los casos, dudosa. En el peor de los casos, es una concepciĂłn burguesa de la revoluciĂłn como una insurrecciĂłn violenta en la que un ejĂ©rcito ocupa un territorio enemigo. No podemos decir que estemos cerca de su polĂtica en lo más mĂnimo. No son pocas las razones para ello, pero quizás dos sean fundamentales. La primera es su concepciĂłn del Estado. Adam implica que el Estado es una entidad parcialmente separada, si no totalmente, del capitalismo, ya que afirma que el Estado puede ser conquistado y dirigido hacia los intereses de la clase trabajadora. En nuestra opiniĂłn, el Estado moderno surgiĂł como parte integrante del modo de producciĂłn capitalista. La razĂłn de ser del Estado es una defensa violenta de la lĂłgica por la que procede el capital, es decir, el mantenimiento de una esfera econĂłmica que controla la acumulaciĂłn de riqueza basada en la explotaciĂłn.
Es un mito pernicioso sugerir que un aparato estatal, que emplea medios violentos para mantener las divisiones de clase, podrĂa ser algo más en manos de los trabajadores, quienes, en opiniĂłn de Adam, durante un perĂodo de transiciĂłn utilizarĂan estos medios violentos contra la “clase enemiga”. ÂżPor quĂ©, me pregunto, los trabajadores necesitarĂan un Estado? En ausencia de divisiones de clase, Âżno habrĂa tambiĂ©n la ausencia de una “clase enemiga”? ÂżCĂłmo serĂa ese “Estado de trabajadores”? Esto me recuerda a A. Ciliga, quien, mientras vivĂa en la UniĂłn SoviĂ©tica bajo el Plan Quinquenal, bromeĂł: “No hay clases, sĂłlo categorĂas.”8
En defensa de su idea de un gobierno de trabajadores, Adam yuxtapone los peligros de la dictadura “autoritaria” de un Estado burguĂ©s a una idea completamente indefinida de “democracia radical”, que presumiblemente representarĂa los intereses generales de la clase trabajadora. Supuestamente, la clase trabajadora una vez en el poder subordinarĂa las fuerzas del Estado a sus propios intereses econĂłmicos. ContinĂşa admitiendo que “cualquier Estado requiere alguna organizaciĂłn de fuerza armada, legislaciĂłn, justicia, etcĂ©tera, y un “Estado de trabajadores” no serĂa una excepciĂłn.9 Para nosotros, el objetivo de la revoluciĂłn no es suplantar a la burguesĂa con una dominaciĂłn de clase del proletariado. ÂżQuĂ© cambiarĂa? Se trata de abolir la sociedad de clases.
Conectado con el optimismo de Adam de una toma violenta del Estado por parte de una mayorĂa, está su entusiasmo por la democracia. En lugar de tomar la democracia existente como punto de partida, Adam prefiere la fĂłrmula mágica de la “democracia directa” o la “democracia radical” para explicar cĂłmo el Estado reflejará los intereses universales de la clase trabajadora a travĂ©s de “delegados responsables”. Sin embargo, más allá de estas fĂłrmulas, Adán nunca explica quĂ© es realmente la denominada “verdadera democracia”.
No podemos aceptar que Adam hable de la democracia, como si se tratara de una soluciĂłn mágica caĂda del cielo.
La reivindicaciĂłn democrática, tal como la entendiĂł Marx en su crĂtica a la Doctrina del Estado de Hegel, es la posible reconciliaciĂłn de los intereses individuales con los intereses de todos. En la esfera polĂtica, esta “unidad-en-la-diferencia” más bien abstracta se postula repetidamente como un objetivo evidente y universal. Pero esta unidad espuria no carece de fundamento histĂłrico y material. La “forma democrática”, la “soluciĂłn al enigma de todas las constituciones”, como dijo Marx una vez, encuentra su encarnaciĂłn directa y concreta en el Estado-naciĂłn. De hecho, el Estado, a travĂ©s de sus instituciones de gobierno, media las contradicciones entre la libertad individual y la igualdad universal: somete los derechos soberanos del individuo al imperio universal de la ley. Y es precisamente el imperio de la ley el que asegura el funcionamiento contĂnuo de la ley del intercambio de mercancĂas, es decir, la mediaciĂłn del trabajo concreto a travĂ©s de sus abstracciones en el intercambio de equivalentes, es decir, la base misma del sistema salarial.
Para nosotros, hablar de democracia de una manera real es reconocer a la democracia como un conjunto de proposiciones histĂłricamente especĂficas, una forma de gobierno que encuentra sus orĂgenes en el surgimiento del capitalismo como un instrumento esencial que fue constitutivo de esas mismas relaciones sociales capitalistas; una forma de gobierno que ayudĂł a dar forma al Estado moderno. Como tal, la democracia ha funcionado como una forma especializada de dominaciĂłn social y un lugar principal de colaboraciĂłn de clases. Y esto, en absoluto, como grito ideolĂłgico a favor del nacionalismo.10.
ConclusiĂłn
A juzgar por su portada, parecerĂa que pertenece a alguna parte de una tradiciĂłn marxista pro-revolucionaria. Sin embargo, en esencia esto no es cierto. David Adam mantiene una visiĂłn que no parece extraer lecciones de la historia de la Izquierda Comunista. Tampoco parece sacar lecciones de la historia en absoluto.
Está claro que el rechazo de David Adam a la “crĂtica del valor” por parte de los “comunistas” lo lleva por mal camino de una crĂtica del trabajo en su forma histĂłricamente especĂfica de tiempo de trabajo. La lectura que Adam hace de la forma-valor no es ajena a su comprensiĂłn de las tareas del sujeto revolucionario, que para Ă©l parece enfrentarse hoy al mismo mundo que en 1840. Además, en todos los sentidos prácticos, Adam abraza el reformismo cuando afirma que “alguna democracia es mejor que ninguna y que incluso una democracia burguesa limitada puede apuntar más allá de sĂ misma simplemente permitiendo un grado de participaciĂłn popular en la polĂtica.”11
Este libro es una defensa del Estado, del tiempo de trabajo y de la democracia. Y como tal defiende intereses ajenos a la clase trabajadora.
Una cosa está clara, aparte de los desacuerdos que encontramos con este texto, que es muy necesaria una nueva discusión tanto sobre el Estado como sobre la Democracia.
S.Y.
Julio 2024
1 Marx, CrĂtica del Programa de Gotha
2 Descrito en el capĂtulo de Marx sobre la jornada de trabajo, en El Capital vol. 1
3 Un intercambio más profundo (2016) sobre el debate sobre los “cupones laborales” entre RaĂşl VĂctor y Kees se puede encontrar aquĂ
4 Un texto notable sobre este tema fue escrito por MacIntosh en 2012 “La comunización y la abolición de la forma valor”.
5 Es posible que se necesite alguna explicaciĂłn aquĂ. El uso que hace Adam de la palabra “indiferencia” se refiere a una cualidad especĂfica de la abstracciĂłn en oposiciĂłn a lo concreto. Si tomo la plomerĂa y la albañilerĂa como actividades concretas, es fácil ver que se enfrentan entre sĂ como fisiolĂłgicamente diferentes, es decir, no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo. Son actividades desproporcionadas. Sin embargo, cuando la plomerĂa y la albañilerĂa se plantean sĂłlo como relativas a la actividad en general, entonces todas las diferencias que las hacen inconmensurables desaparecen, ya que la actividad en general incluye potencialmente cualquier tipo particular. El punto es que cuando las actividades especĂficas se abstraen de sus particularidades fisiolĂłgicas, pueden ocupar el mismo espacio mental que una en la misma, porque la actividad en su abstracciĂłn general es indiferente a -o no involucrada en- todas aquellas caracterĂsticas fisiolĂłgicas que de otro modo hacen que esas actividades sean concretas.
6 “Dentro de la relaciĂłn de valor y de la expresiĂłn de valor incluida en ella, lo abstractamente general no cuenta como una propiedad de lo concreto, sensiblemente real; sino que, por el contrario, lo sensiblemente concreto cuenta como mera forma de apariencia o forma definida de realizaciĂłn de lo abstractamente general.”, Karl Marx, La Forma-Valor, citado en David Adam, página 71
7 “El capital mismo es la contradicciĂłn mĂłvil, [en] que presiona el tiempo de trabajo al mĂnimo, mientras que postula el tiempo de trabajo, por otro lado, como Ăşnica medida y fuente de riqueza”. Karl Marx, Grundrisse (cuaderno VII)
8 Sobre Siberia, Anton Ciliga
9 David Adam, La contabilidad del trabajo y el marchitar del Estado, página 97
10 Dos artĂculos relevantes sobre la democracia de B. York: Una democracia para morirse y Hacia una crĂtica de la forma democrática
11 David Adam, La contabilidad del trabajo y la extinción del Estado, página 121