El mundo observa horrorizado como uno de los ejércitos más avanzados del mundo destruye una zona urbana cerrada en gran parte indefensa como si disparara a peces en un barril. No es de extrañar que exista una indignación generalizada y un llamamiento mundial para detener esta locura. Pero en lugar de detener la guerra, muchos en la izquierda quieren que continúe, del lado de Hamás. Y quieren que ignoremos la violencia contra inocentes cometida por su bando porque se hizo por una buena causa. ¿Lo fue?
Los apologistas de Hamás afirman que su ejército es un luchador autóctono que se alza por la libertad contra una potencia colonial y que la historia de las guerras coloniales demuestra que estos conflictos son inevitablemente brutales, con muchas víctimas inocentes en ambos bandos. Depende de los “luchadores por la libertad” el decidir como libran su lucha, afirman, y quienes apoyan la liberación del “pueblo palestino” no deberían cuestionar sus métodos. Sobre todo si son blancos y viven en países que tenían colonias. La vergüenza por el comportamiento pasado o presente de “sus” países debería silenciar cualquier pensamiento crítico sobre las tácticas y los objetivos de la lucha “anticolonial”. No están bien situados “para dar lecciones de moral a la resistencia”.
Los apologistas del otro bando, los sionistas, utilizan exactamente el mismo argumento. La vergüenza por la pasada persecución antisemita de los judíos en Europa debe silenciar cualquier crítica al Estado sionista. Porque existió el Holocausto, porque existió la Naqba: cada bando afirma que la brutalidad que se les infligió justifica la brutalidad que utilizan.
Pero no es el color de tu piel ni tu país de nacimiento lo que determina si tu punto de vista es correcto o incorrecto.
Recuerdo una discusión que tuve en 1976 con amigos izquierdistas que decían que no debíamos criticar a los Jemeres Rojos de Pol Pot; como éramos europeos blancos no teníamos derecho a hacerlo. Según ellos, los Jemeres Rojos eran luchadores por la libertad; denunciarlos significaba apoyar al imperialismo estadounidense. Hoy, por supuesto, ya nadie busca excusas para los campos de exterminio de Pol Pot. Sí, pero eso era diferente, podrían objetar, el Jemer Rojo asesinaba sobre todo a su propia gente. Cierto. Pero también lo hace Hamás.
Como IP argumentó en “El mundo de muerte del capitalismo”, no se puede negar que Hamás sabía que su acción del 7 de octubre causaría muerte y destrucción masivas en Gaza y que decidieron friamente que valía la pena ese precio. ¿Somos todavía lo suficientemente humanos como para indignarnos por este sacrificio de muchos miles de seres humanos en aras de las ansias de poder de Hamás?
¿Por qué lucha Hamás?
¿Los “luchadores por la libertad” como Hamás y la Yihad Islámica luchan por la liberación? ¿Liberación de quién? ¿Serían libres los habitantes de Gaza y Cisjordania si vivieran en un Estado islamista de Hamás? ¿Qué significa eso, “Palestina libre”?
El objetivo y los medios están estrechamente relacionados. Todo lo que hace Hamás -reprimir violentamente las huelgas, encarcelar y torturar a opositores, asesinar a civiles, tomar como rehenes a niños y ancianos, etc.- demuestra cual es su objetivo: establecer un Estado fuerte que pisotee sin piedad las libertades de sus ciudadanos. El verano pasado hubo muchas protestas sociales en Gaza. Manifestaciones para exigir agua, electricidad, mejores salarios. Hamás las reprimió pero con menos violencia que en años anteriores (especialmente en Marzo 2019), como si temiera echar más leña al fuego. El espectacular estallido de Hamás del 7 de octubre siguió a ese caluroso verano. No es imposible establecer una conexión entre ambos acontecimientos. Hamás buscaba restaurar su prestigio, tanto en Gaza como en Cisjordania. Que esta acción tuviera esa consecuencia era una expectativa razonable. La impotencia de los palestinos, dice el experto en Palestina Emilio Minassian, “produce una lógica de doble resentimiento: deseo de reconocimiento por un lado y de venganza por otro”.
Hamás no es peor ni más brutal que el Estado Israelí. Ambos actúan desde una lógica similar que conduce al derramamiento de sangre de los inocentes. Pero como sus medios difieren, también lo hacen sus tácticas y estrategias. Se trata de un conflicto asimétrico. Por lo tanto, su brutalidad se expresa de diferentes maneras. Uno corta cabezas, el otro pone alfombras de bombas. Ambos son terroristas porque sembrar el terror es su principal objetivo. El miedo como arma política se está convirtiendo cada vez más en la norma de nuestro tiempo.
En ningún lugar del mundo existe un país que pertenezca “al pueblo”. En todas partes, la tierra y todo lo que hay en ella pertenece a sus dueños. No existe un solo ejemplo de lucha de liberación nacional que haya liberado al grueso de la población del hambre y la impotencia. Cada una de ellas ha sido una lucha entre entidades capitalistas y los izquierdistas siempre han tenido un bando al que apoyar.
Los mismos grupos de izquierda que ahora creen que oponerse al castigo colectivo de Gaza implica apoyar a Hamás, creían que oponerse a la guerra de Vietnam implicaba apoyar al Estado estalinista norvietnamita. Dos millones de personas murieron en esa guerra. Vietnam “ganó”. Ahora es un Estado policial que se ha convertido en un socio comercial y militar menor del país del que se “liberó”. Los vietnamitas ahora trabajan en fábricas para el mercado estadounidense con salarios más bajos que en China, llevando pañales para eliminar las pausas para ir al baño. Ahora pueden beber Coca-Cola en Hanoi. O Pepsi, hay libertad de elección.
Podríamos seguir con la lista, pero iríamos demasiado lejos. Evidentemente, esto no significa que los regímenes coloniales fueran mejores. Que el grueso de la población de la mayoría de los países liberados del yugo colonial viva en una gran miseria no se debe a su “liberación” nacional, sino a pesar de ella. Pero hace que uno se dé cuenta de que la lucha nacional no conduce a una liberación real. Al contrario, sobre todo en nuestros tiempos, es un obstáculo. Que se hayan abolido los regímenes coloniales con su racismo inherente es algo positivo. Pero incluso a partir de un avance innegable como la abolición del apartheid en Sudáfrica, tenemos que ver los límites. Se trata de un país donde la brecha entre ricos y pobres es una de las mayores del mundo, donde el desempleo es más alto que nunca, donde huelguistas son acribillados con ametralladoras, donde los trabajadores indocumentados son encarcelados… la lucha por la libertad real allí, aún no ha comenzado.
Turner y Bacon
Otro ejemplo utilizado por los apologistas de Hamás es la rebelión de Turner. Nat Turner era un esclavo que lideró una sangrienta rebelión en Virginia en 1831. Su objetivo era matar al mayor número posible de blancos. Familias enteras fueron masacradas. En su opinión, esta masacre, al igual que la de Hamás del 7 de octubre, no fue culpa de quienes la cometieron. Es -en la famosa frase de Franz Fanon- “la violencia del colonizador que se vuelve contra el opresor”.
Eso reduce a Turner y a Hamás a criaturas sin voluntad propia, autómatas que reflejan la violencia recibida como una pared refleja una pelota de tenis. Como si no tuvieran otra opción. Sin embargo, también hay ejemplos de levantamientos contra el opresor que no se convirtieron en guerras raciales o étnicas. La primera gran rebelión en América fue la de Bacon en 1676-1677. En ella, blancos pobres y esclavos negros lucharon juntos contra el gobierno colonial de Virginia. Capturaron la entonces capital, Jamestown. Sólo cuando llegó un ejército expedicionario de Inglaterra se pudo sofocar la rebelión.
Los esclavos negros y los proletarios blancos tenían los mismos intereses. Incluso dejando de lado el aspecto moral (y no quiero idealizar la rebelión de Bacon en este aspecto), debería quedar claro que los esclavos que lucharon con Bacon eligieron un método de lucha mucho más eficaz e inteligente que los que siguieron a Turner: una alianza basada en clases sociales con intereses comunes y no en el color de la piel o la religión. Los gobernantes coloniales también lo comprendieron. La rebelión de Bacon causó pánico en sus círculos. Era grande el temor de que blancos y negros sin poder, volvieran a luchar juntos. Poco después se introdujeron los Códigos de Esclavitud de Virginia, un sistema de apartheid que endurecía la naturaleza racial de la esclavitud y limitaba estrictamente el contacto entre blancos y negros.
La realidad ineludible es que los esclavos negros no pudieron emanciparse sin la ayuda de la clase trabajadora blanca, y la población negra actual de Estados Unidos también necesita desesperadamente esa solidaridad supra-racial. Lo mismo puede decirse de los palestinos. No pueden liberarse sin el apoyo de la clase obrera israelí. Y no pueden conseguirlo, como Turner, asesinando a tantos judíos como sea posible. Al igual que los que estaban en el poder tras la rebelión de Bacon hicieron todo lo posible para separar a blancos y negros, los que están en el poder en Israel/Palestina, los sionistas y los islamistas, están haciendo todo lo posible para enfrentar a judíos y árabes. Todo para impedir que los proletarios palestinos e israelíes descubran que tienen intereses comunes.
¿Se trata de una guerra anticolonial?
Israel, al igual que Estados Unidos, se creó mediante la colonización acompañada de la expulsión de la mayoría de la población original. Si se ponen uno al lado del otro mapas de diferentes años, se puede seguir de cerca el crecimiento de ambos países y la reducción del territorio de los “nativos”. Y continúa. Se aceleró en Jordania bajo el último gobierno de extrema derecha de Netanyahu y desde que comenzó la guerra actual ha ido a toda máquina, con los colonos como fanáticas tropas de choque. Como hizo Estados Unidos con los pueblos originarios, el Estado sionista quiere encerrar a todos los palestinos en reservas.
También hay un parecido ideológico con el colonialismo europeo, dice Minassian:
“Israel ha heredado la lógica europea que consiste en “animalizar” la mano de obra basándose en criterios raciales, trazando una barrera entre el mundo civilizado y el precivilizado. Este paradigma está en pleno apogeo en Israel, actualmente se está masacrando a la población de Gaza según esta lógica: se les entierra bajo bombas sin otro fin político que el de “apaciguarles”, recordarles la jerarquía que separa a los grupos humanos en esta parte del mundo. “Si un perro muerde, se dispara a la jauría”.
Y añadió: “Es importante recordar que los límites entre civilizado y animal son fluidos. Estaban y están activas dentro de la propia ciudadanía judeo-israelí. Los judíos árabes (mizrahis) o etíopes (fallashas) estuvieron durante mucho tiempo del lado equivocado de la valla y eran una especie de tropas auxiliares nativas utilizadas para apaciguar a los otros nativos”.
Pero también hay diferencias con las guerras coloniales. Estas últimas son entre una población originaria, dirigida por cuadros de la clase social superior indígena, y una potencia extranjera que controla el Estado y cosecha la mayor parte de los beneficios de la economía nacional. Una lucha entre dos países. Ese no es el caso en Israel/Palestina, afirma Minassian, y en ese sentido, dice, el conflicto no es colonial. Se trata, de hecho, de un país, una economía, centrada en Tel Aviv, de la que las ciudades de Cisjordania y Gaza son los empobrecidos suburbios marginales. Los gazatíes también utilizan dinero israelí, productos israelíes, documentos de identidad israelíes. Los proletarios palestinos e israelíes son segmentos de un mismo todo. Muchos palestinos de Cisjordania trabajan, legal o ilegalmente, en Israel y en las colonias. A menudo hablan hebreo, cuenta Minassian:
“Escuché durante tardes a jornaleros de uno de los campos de refugiados [de Cisjordania] contar como se produce la etnización de la mano de obra en las obras de la capital israelí: los promotores de la construcción son judíos asquenazíes, los palestinos israelíes reclutan trabajadores de los territorios ocupados, los capataces son judíos sefardíes que también hablan árabe, etc. Y luego están todos los demás proletarios importados: tailandeses, chinos, africanos que, como inmigrantes indocumentados, son en realidad los que están en la peor situación. Ninguno de estos grupos puede mezclarse entre sí, cada grupo tiene su propio estatus y su lugar distinto en las relaciones de producción.”
Desde su fundación, Israel, con ayuda principalmente estadounidense, ha avanzado a la velocidad del rayo. Gracias en parte a la utilización, entonces masiva, de la fuerza de trabajo palestina, se convirtió en una economía fuerte, un país muy desarrollado. Pero el fuerte crecimiento se detuvo en la década de 1980: desplome de la bolsa en 1983, inflación del 445% en 1984, déficit récord de la balanza de pagos. A ello siguió la disolución del Bloque del Este, que trajo consigo una inmigración masiva, especialmente de judíos rusos. Estos dos acontecimientos hicieron que la industria israelí necesitara mucha menos mano de obra palestina. El desempleo palestino se disparó. Israel se convirtió en puntero en la industria de alta tecnología pero, como ningún otro país entre los punteros, tiene una enorme cantidad de proletarios “innecesarios” a su cargo. En este sentido, Minassian ve en la economía israelo-palestina una metáfora de la economía mundial.
La respuesta del Estado israelí a esta situación es una política de segregación, de encerrar a los palestinos en enclaves y ceder su gestión a subcontratistas locales.
“Este gran cerco, esta operación de separación entre proletarios necesarios y sobrantes sobre una base étnico-religiosa, comenzó al mismo tiempo que el proceso de paz, que era en realidad un proceso de externalización del control social de los sobrantes”, afirma Minassian. El conflicto subsiguiente no es, por tanto, una guerra colonial:
“Estamos en una situación en la que se trata menos de la explotación de una población indígena que de la gestión de una población proletaria excedente, en proporciones únicas en los centros de acumulación capitalista. Por cada trabajador con contrato laboral en Israel, hay otro que se mantiene en uno de los grandes suburbios cerrados que forman los centros de asentamiento bajo jurisdicción palestina: la Franja de Gaza y las ciudades de Cisjordania. Son casi cinco millones de proletarios encerrados a pocos kilómetros de Tel Aviv, invisibles, viviendo de la venta de su fuerza de trabajo día a día, vigilados por soldados para que no salgan de sus celdas.”
Gaza, más que las ciudades y campos de refugiados cisjordanos , es un basural de la economía israelí. El desempleo juvenil supera allí el 70%, antes de la invasión. Todos esos trabajadores excedentes sobreviven en la economía marginal con la ayuda financiera de diversas fuentes, Israel incluido. Ese dinero lo distribuyen los subcontratistas, Hamás y la llamada Autoridad Palestina, que también desempeñan otras funciones estatales, principalmente el cumplimiento del “orden” pero también subiendo impuestos, obligando a jóvenes a alistarse en su ejército, sometiendo a otras bandas paramilitares, etc. Los subcontratistas compiten entre sí, tratando de recuperar su menguante control sobre el desilusionado público palestino. Al mismo tiempo, intentan reforzar su posición frente a su cliente, el Estado israelí. Según Minossian, es aquí donde debemos buscar la explicación de la estrategia de Hamás. Hamás quiere hacerse “indispensable”. Esto no tiene nada que ver con las luchas de liberación.
No es un conflicto local
Pero la dinámica interna en Israel-Palestina es sólo una parte de la historia. Se trata también de un conflicto geopolítico entre Estados Unidos y sus competidores.
La fundación de Israel vino acompañada de una oleada de descolonización cuando la presión estadounidense puso fin a la mayoría de los regímenes coloniales europeos tras la Segunda Guerra Mundial. Ambas fueron el resultado de un desplazamiento del poder mundial de Europa a Estados Unidos. Una colonia blanca militarizada con un poderoso ejército equipado con armas americanas encajaba perfectamente en los planes geopolíticos estadounidenses para Medio Oriente. Y a medida que crecía la importancia de la riqueza petrolífera, también aumentaba la importancia de Israel para Washington. Desde sus inicios y todavía hoy, el marco geopolítico determina lo que ocurre en Israel-Palestina. En ese sentido, tampoco se trata de una guerra colonial, sino de un conflicto interimperialista. Escribimos más sobre esto en el artículo anterior, “El mundo de muerte del capitalismo”. La política estadounidense de formar una fuerte alianza proestadounidense en torno a Israel y Arabia Saudí contra Irán fue un factor importante. Irán es el principal proveedor del ala militar de Hamás (el ala política “más moderada” está financiada por Qatar), al igual que Estados Unidos es el principal proveedor de las Fuerzas de Defensa de Israel. La mayor parte del dinero y las armas utilizadas para librar la guerra proceden de otros países. Sólo las bajas son locales.
En dicho artículo, señalábamos la falta de perspectiva de la economía mundial. La crisis sistémica está desestabilizando, sacudiendo los equilibrios existentes. El aumento del armamento y de los conflictos militares es una tendencia mundial. Los frentes congelados se derriten, vuelven a activarse: en Ucrania, en África, en Karabagh y ahora en Gaza. No se trata de nuevos conflictos, sino de conflictos ya existentes que de repente recrudecen.Es de esperar que en los próximos años exploten más polvorines.
Cómo gestionar y controlar el excedente se está convirtiendo cada vez más en un problema central del orden mundial capitalista. Israel puede ser un precursor en este sentido. Lo que está ocurriendo ahora en Gaza, según Minassian, “no es una guerra, sino el control del proletariado excedente por medios militares equivalentes a una guerra total, por parte de un Estado democrático y civilizado que forma parte del bloque central de acumulación”. Los miles de muertos en Gaza, continuó, “pintan un cuadro aterrador del futuro – de las próximas crisis del capitalismo”.
Ese capitalismo parece haber entrado en un nuevo periodo en el que la guerra desempeña un papel cada vez más importante. Un período en el que aprendemos a admirar a los soldados y a los “luchadores por la libertad”, a aplaudir o a hacer la vista gorda ante los asesinatos en masa, a considerar normales la muerte y la destrucción por la patria, a tomar partido en conflictos en los que la gente corriente es siempre la perdedora.
La liberación no vendrá a través de la guerra y los ataques terroristas, sino a través de la solidaridad y la conciencia de los intereses comunes del trabajador colectivo, independientemente de su color o credo. Cuando las alcancemos sabremos que hacer. Cualquier cosa que impida su crecimiento se interpone en el camino de la liberación. En primer lugar, el nacionalismo, la separación de las personas por motivos étnicos, religiosos o raciales. Así que, fuera esas banderas palestinas e israelíes, fuera eslóganes como “Palestina será libre, del río al mar”: eso es un grito de guerra, no un llamamiento a detener la guerra. Detener la guerra en lugar de luchar en ella, esa debería ser la primera exigencia ahora. ¡Armisticio ya! Liberación de los rehenes y presos, ¡ya! Desbloqueo de Gaza ¡ya! Detener los pogromos en Cisjordania ¡ya! Basta de dolor, basta de sangre, ¡construyamos la solidaridad sobre una base antinacionalista!
Sanderr .15-11-2023